Se ha estrenado en una cadena de televisión española una
miniserie de temática histórica y, con mujeres como protagonistas. En este caso,
se trata de un grupo de “colonizadoras” del siglo XVI que viajan a América para
desposarse con los españoles establecidos allí durante las guerras de conquista.
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Algunos
medios han ofrecido titulares como “feminismo y épica”, “una mujer enfrentada a
prejuicios de la España del siglo XVI”… No me cabe la menor duda de que muchos
verán la serie atraídos por estos titulares.
Yo
no he visto el capítulo emitido, y por este motivo no voy a habar de ella. Pero
el hecho de que triunfen estas temáticas deja algo claro: la historia, y en
concreto el papel de la mujer en la misma, tienen tirón en los
medios.
No
me gusta hablar de “historia de las mujeres”, y mucho menos de “historia de
género”. Pero me parece interesante que se quiera rescatar a la mujer como
protagonista de numerosos sucesos históricos. Y esto me lleva a retomar un tema
que me interesó hace tiempo, y queiro compartir.
Se trata de una mujer. Del siglo XVI, y en absoluto convencional. Nada menos que la hija que el conquistador del Perú, Francisco Pizarro, tuvo con una mujer de la nobleza incaica y que, habiendo nacido en Perú, terminó sus días en Castilla. Disfruten recordándola.
El
encuentro
Cuando
en noviembre de 1532 Pizarro se encontró con Atahualpa en la ciudad andina de
Cajamarca, el Imperio de los Incas se encontraba convulsionado por una guerra
entre los dos hijos del último gran soberano, Huayna Capac. Y entre los regalos
que Atahualpa, en su deseo de ganar para su causa a Pizarro, entrega al
conquistador, se encuentra una joven de sangre real, hija del anterior soberano,
llamada Quispesisa. Fue bautizada con el nombre de Inés Huaylas, y fruto de su
unión con Pizarro nacerían dos ilustres mestizos, Francisca y Gonzalo. El niño
murió pronto, pero la niña sobrevivió, y tras el asesinato de su padre, en un
Perú que se desangraba por las disputas entre los conquistadores, fue enviada a
España donde sería tratada como correspondía a una mujer de sangre
real.
Llegada
a Castilla y matrimonio con su tío
Tras
su desembarco en la Península, el propio Felipe II le escribía preguntándole
dónde quería instalarse a vivir. Pero su tío Hernando, hermano de Francisco,
tenía ya pensados planes para la joven de diecisiete años, que contaba con una
inmensa fortuna. Así, tras una visita de la ilustre mestiza al castillo de la
Mota, donde Hernando cumplía condena por el asesinato de Diego de Almagro, se
celebra el matrimonio de Francisca con su tío, ya
cincuentón.
No
tenemos noticias de que fuera desdichado este matrimonio, del que nacieron cinco
hijos, muriendo todos ellos bastante jóvenes, salvo Francisco, el mayor, que
contaría entre su progenie con el II Marqués de la
Conquista.
Cuando
Hernando pudo abandonar el Castillo de la Mota, se traslada el matrimonio a
Trujillo. Allí mandan construir el Palacio de la Conquista, magnífico exponente
de la arquitectura española del siglo XVI. En el soberbio balcón que hoy asoma a
la plaza mayor aún se pueden ver las figuras de los padres de Francisca, y del
propio matrimonio formado por Francisca y Hernando. La estatua levantada en
honor a Francisco Pizarro contempla hoy desde el centro de la Plaza Mayor las
construcciones que enriquecieron la villa de Trujillo a la vuelta de tantas
expediciones conquistadoras.
Palacio de la Conquista (siglo XVI) edificado por Hernando Pizarro y
su mujer Francisca Pizarro, es famoso su balcón de esquina, así
como
su enorme escudo y sus buenas rejas de forja.
La
independencia
Doña
Francisca enviudó en 1578, con 44 años y, frente a lo que sería habitual, no se
recoge en un convento, sino que vuelve a contraer matrimonio, con un hombre
mucho más joven que ella, don Pedro Arias Puertocarrero, hijo del Conde de
Puñoenrostro. Se trasladaron a vivir a la Corte, donde el nuevo marido saldaría
muchas de sus deudas gracias a la fortuna de su esposa.
La
vida de la primera mestiza del Perú se apagó en Madrid el 30 de mayo de 1598,
cuando contaba con 63 años de edad. Una vida intensa, en la que no faltaron
amores, dolores, riqueza, guerra, y sobre todo la conciencia de formar parte
como protagonista de una nueva etapa de la historia que se iniciaba precisamente
cuando los pueblos europeos y americanos se fundían para crear un mundo
mestizo
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Artículo
de
María
Saavedra Inaraja, Profesora de Historia de la Universidad CEU, San
Pablo
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domingo, 9 de febrero de 2014
Historia de una princesa Inca en España
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