"Les propongo que cuando entren a un museo dejen ir su imaginación, esa va a ser la diferencia, los hay de todos los gustos, sabores, olores", dice Verónica Muller, la Dama de los Museos mexicanos. |
Veronica
es una secretaria a punto de jubilarse que estudió Turismo y ha
dedicado los ratos libres de sus últimos 30 años a recorrer y difundir
el contenido de los museos del Distrito Federal. En el 2008 hizo su
tesis sobre el tema, está convencida de que cualquiera puede encontrar
el suyo, no sólo los más de 12 millones de turistas que pasasn por la
urbe al año sino, sobre todo, los chilangos.
ex
alcalde de la ciudad Alejandro Encinas dijo en 2006 que el DF era la
ciudad con más mueseos en el mundo. El dato es imposible de comprobar
porque en el Libro Guiness no hay ninguna localidad consignada por este
motivo y no existen censos internacionales con criterios comunes para
hacer comparaciones pero nadie duda de que la oferta de la capital
mexicana es de las más variadas. La Secretaría de Turismo del DF enumera
171 museos pero Muller asegura que ella ha visitado más de 200, un
número similar al de Londres pero muy por delante del centenar de Buenos
Aires o Pekín, de los 70-80 consignados en las guías de París o el
cerca del medio centenar de Madrid.
De Diego Rivera a los dioses aztecas
En
una de las esquinas del Zócalo, el Templo Mayor sumerge al visitante
de Tenochtitlán, sus dioses, sus sacrificios, su comercio. El ruido del
tráfico queda en un segundo plano y cuesta imaginar el edificio de 60
metros de altura en el que Moctezuma buscó inspiración contra los
invasores. Allí ahora se levanta la Catedral Metropolitana, erigida como
demostración de fuerza sobre el recinto sagrado prehispánico, que se
hunde levemente por uno de sus extremos debido a lo inestable del suelo
o, dicen otros, tal vez porque el ‘Dios de la Tierra’, Tlaltecuhtli
(dibujado en algunas bases de las columnas utilizadas en construcciones
coloniales), quiso igualar a vencedores y vencidos.
Sin
salir del Zócalo, se pasa de observar las representaciones de Tláloc,
el dios de la lluvia, a la revolución industrial y el combativo inicio
del siglo XX, auge de los más grandes muralistas mexicanos presentes en
mil de edificios del centro, del Palacio Nacional a la Secretaría de
Educación. Para los amantes de Diego Rivera merecerá la pena dejarse
abrazar por los sofás plantados frente al 'Sueño de una tarde dominical
en la Alameda central', epicentro del Museo Mural de dicho autor. O
pasear por la sección segunda del Bosque de Chapultepec hasta encontrar
El Cárcamo de Dolores, un tesoro recuperado hace poco más de dos años
que combina la pintura de Rivera y una obra hidráulica desde donde se
abastece a un tercio de la ciudad, y que puede visitarse al compás de
una melodía suave y extraña que varía según el sol, el viento y el agua
que pase por el cárcamo.
La
oferta museística del DF va desde la majestuosidad de Bellas Artes o el
Museo Nacional de Antropología e Historia, que hay que degustar a
pequeños sorbos para no empacharse, a la originalidad del Anahuacalli,
la pirámide escondida por la que, hay días, que tan solo pasan un par de
visitantes, o la humildad de los pequeños museos comunitarios como el
de Teopanixpa, en el Monte Ajusco, donde uno puede tomarse temazcal
después de admirar un lienzo del siglo XVI, o el Museo del Cabús, en
Tlalpan, un vagón que acumula recuerdos y anécdotas de la vida de un
ferrocarrilero al que el paseante llega por la ciclovía que conduce a la
vieja estación de La Cima.
De Frida Khalo a Carlos Slim
Pero,
ante todo, la ciudad ofrece museos vivos, participativos, que rompen
moldes. La economía deja de ser aburrida en el MIDE, (Museo Interactivo
de Economía) internacionalmente premiado, mientras paseas por miles de
pesos triturados, creas tu propio billete, o te conviertes en un
inesperado agente de bolsa. El arte se despoja de las grandes firmas al
pasar unas horas en los talleres infantiles del Museo de Arte Popular
donde lo importante es el trabajo artesanal, no quien lo realiza.
La Casa Azul de Frida Kahlo
Pasear
por el Centro Escultórico de la UNAM, entre la piedra volcánica del
Xitle, carga al visitante de energía pero un nudo se instala en el
estómago si se sube a uno de los vagones traídos expresamente de Polonia
que llevaron a millones de judíos a los campos de exterminio nazis y
que forman parte del Museo de Memoria y Tolerancia, un recorrido visual e
interno por las atrocidades del hombre en el mundo, desde Ruanda a
Camboya, pasando por el Holocausto nazi y el México actual
“Los
museos son educación al ritmo particular de cada cual”, insiste
Verónica Muller, reconocimientos a la vida de un individuo (El
Estanquillo de Carlos Monsivais, La Casa Azul de Frida Kahlo) o a toda
una comunidad. El Cuartel Zapatista de Milpa Alta no solo es un homenaje
a Emiliano Zapata o al Plan de Ayala allí firmado, sino a los
personajes que vivieron aquellos revolucionarios días de principios del
siglo XX y en los que los actuales vecinos reconocen a un abuelo, a un
tío. Y la Casa de Luis Barragán, el primer latinoamericano en ganar el
premio Pritzker, el Nobel de Arquitectura, es la única casa del siglo XX
declarada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad, tanto por
sus genialidades como por sus rarezas (árboles torcidos para crear
embrujo, puertas por doquier, burbujas espías para vigilar a los
invitados…)
Hay
museos privados, como eldel hombre más rico del mundo, el Soumaya de
Carlos Slim o colectivos y al borde de la extinción, como Museo Vivo del
Lago de los Reyes Aztecas, un recorrido lacustre, entre las chinampas
(balsas de tierra destinadas a la agricultura) y ahuejotes
(característicos árboles de la zona) de los canales de Tláhuac, que se
ahoga por falta de ayudas y el exceso de contaminación. De hecho, los
museos también mueren, ya sea por falta de interés, de dinero, por
trabas burocráticas o sin dar explicaciones, como el Museo del Sexo, que
analizaba las costumbres y mitos del sexo en cada cultura y del que
ahora solo queda el cartel.
Junto a los canales de Xochimilco
Y,
por supuesto, hay rarezas. La Isla de las Muñecas, en Xochimilco, lo
mismo puede ser tachado de ser un basurero de juguetes rotos, como el
paraiso de personajes de ficción como Chucky, el muñeco diábolico. Las
instalaciones experimentales del Museo del Eco pueden ser objetos
absurdos o arte sugerente. Y los dibujos de delincuentes del Museo del
Retrato Hablado, psicología del rostro en estado puro o reliquias de un
fisonomista venido a menos.
Quizás por eso, lo mejor es seguir el consejo de Verónica Muller, que a través de su programa de radio y su web
propone dejarse llevar por la imaginación y romper tabúes, “porque los
museos –reitera una y otra vez- no huelen a polvo, ni son elitistas, son
espacios al servicio de la sociedad, muchos de los cuales pueden
visitarse algunos días sin pagar ni un solo peso”.
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domingo, 31 de marzo de 2013
Mexico DF. La ciudad de los museos
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